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23.6.10

Toy Story 3

Los fanáticos de El Padrino , es decir la humanidad entera, padecemos una especie de temor irracional hacia las terceras películas de una saga. En todo momento esperamos que Andy Garcia aparezca y con un solo gesto logre evaporar tantos años de placer, recuerdos y frases célebres, de esas que le dan sentido a toda una vida.

John Lasseter el Grande, sin duda otro fanático de El Padrino, tomó todas las precauciones para que esa calamidad no ocurra, empezando por no contratar al intenso actor cubano. Siguió con la escritura de un excelente guión junto a sus amigos de siempre, tomándose el tiempo que fuera necesario para hacerlo y concluyó dándole las riendas al primerizo Lee Unkrich.

El resultado es brillante. Los personajes, los viejos y los nuevos, están bien escritos y la técnica es sorprendente, pero por sobre todo resalta la historia. No existe en Toy Story 3, como en ningúna película de Pixar, la tentación del cinismo. Sus autores creen sinceramente en lo que escriben y por ello no se ven forzados a desligarse de lo que cuentan haciéndonos guiños cómplices fuera de cámara, como los que tanto éxito han dado a Shrek o Madagascar.

Como siempre en la saga, el motor del relato es el paso del tiempo. Los jueguetes tienen que lidiar con sus eventuales reemplazantes o, como en la tercera parte, con una desolada jubilación forzada a una guardería infantil. La melancolía lasseteriana lo invade todo aunque esta vez se mezcla con una componente oscura, un terror gótico como señala el amigo Bernades, que tiene su momento cumbre en una terrible escena en un gigantezco triturador de basura. Como Hitchcock con unos cuantos pájaros, Unkrich logra generar terror en los espectadores con un osito de peluche.

Pixar ya no se conforma con dominar el cine de animación. Busca dominar el cine.



PD: A no llegar tarde, el corto Día y Noche es una obrita maestra.

14.6.10

Los Amantes

La necesidad de un circuito de cine de autor, como los que existen en otras partes del mundo, se enuncia constantemente desde que yo tengo memoria. Hace unos años, sobre las ruinas del cine Savoy, en Belgrano, nació el cine Arteplex. La buena repercusión (suponemos) de este emprendimiento propició la creación del Arteplex Caballito (en este caso sólo un cambio de nombre al Cineduplex Caballito), y del Arteplex Centro (sobre un ex-cine porno, donde a su vez había funcionado antes el Cine Arte). El éxito de este emprendimiento (suponemos), o la necesidad de un circuito todavía insatisfecha propició el nacimiento del Arte Cinema, salas flamantes instaladas en el inesperado barrio de Constitución.

Hace pocas semanas ésta última se convirtió en Espacio INCAA. Esto, que para muchas salas de nuestro país (cineclubes, muchas veces) es una bendición, fué para el Arte Cinema (suponemos) una derrota. La programación, pretendida estrella del espacio, va a estar a partir de ahora en manos del Instituto de Cine. La idea de traer lo mejor del cine de autor argentino, pero también latinoamericano y del resto del mundo no terminó de concretarse nunca. El público, posiblemente ahuyentado por la distancia y la (supuesta) peligrosidad del barrio, no se apropió nunca de este sueño.

Pero los Arteplex siguen funcionando. ¿Cómo? Auspiciantes. ¿Cuáles? Los anunciantes que generalmente encontramos en los programas de las salas independientes (cotillones, casas de computación o empanadas, etc...) no podrían (suponemos) permitirse una erogación tal que pudiese apoyar demasiado al mantenimiento de la sala. El Main Sponsor no viene, tampoco, de ninguna empresa relacionada con lo cinematográfico ni lo artístico, sino de un local de productos eróticos: Kisme (¿de Kiss me? Quizás). Esto, sumado al ex-cine triple equis del Arteplex Centro y la zona roja del Arte Cinema, nos lleva a preguntarnos si no habrá algún vínculo secreto entre Bergman y las protesis peneanas, Kiarstami y los perfumes afrodisíacos o Haneke y la lencería erótica.

Creo que los fanáticos de siempre deberían dedicarle un poco de seso a esta intriga antes de que, inevitablemente, acusen al Arteplex de atentar contra las buenas costumbres de la publicidad en cines, el buen gusto en el diseño gráfico o lo que sea . Cualquier apoyo (incluso el de Kisme) al cine de autor (incluso en DVD proyectado) es bienvenido.

Se escuchan ofertas.

4.6.10

Remakes fallidos

Como Bruce Willis, como los finales felices o la autorreferencia, el remake fallido es una obsesión hollywoodense.

Algunos ejemplos son extraídos de su propia producción, como el calamitoso El Chacal, en el que Bruce hacía nuevamente de Willis, que agigantaba el recuerdo del original El día del Chacal de Fred Zinnemann, o como la involuntariamente cómica versión de El Planeta de los Simios de Tim Burton. Otros son inspirados por películas extranjeras como las comedias livianas de Pierre Richard, la maltratada Nueve Reinas o la magnífica Garde à vue de Claude Miller, demolida meticulosamente por un ignoto Stephen Hopkins y su increiblemente mala Bajo Sospecha, con un Morgan Freeman que nunca llegó a entender que hacía ahí.

Pensé en un nuevo remake fallido cuando padecí Cosas que Perdimos en el Fuego de Susanne Bier, una especie de nada envuelta en papel glacé. Una película hecha de subrayados y buenas intenciones, de emociones hondas e historias irrelevantes a la que el amigo Benicio Del Toro no lograba salvar del naufragio, pero que recordaba en algún punto la muy buena Hermanos de la misma directora cuando aún era dinamarquesa.

Las dos películas hablan de un suceso inesperado, aleatorio, de esos que fascinan a Bier, que destruye el feliz equilibrio de una pareja. Muere un marido, aparece un hermano del marido (o el mejor amigo) y la mujer reconstruye aquel equilibrio a partir de algo completamente opuesto a lo que tenía. Salvo que Hermanos encontraba el tono justo y la otra todavía lo sigue buscando.

Lo extraño es que, justamente, no es un remake. Es una historia original, escrita por un guionista mucho antes de que el productor le pidiera a Susanne Bier que la dirijiera, según lo que informa IMDB.

Eso nos lleva a pensar que los remakes fallidos se han independizado de sus obras originales. Lo que presenta la indudable ventaja de impedir cualquier tipo de comparación.